miércoles, 4 de noviembre de 2009

14:00h


Olía a lunes aunque era un soleado jueves y ella lo notaba en su ánimo. Eran prácticamente las dos de la tarde cuando se dio cuenta de que por fin su dolor se había convertido en odio. Soltó el teléfono que apenas había empezado a sonar y miró fijamente hacia adelante, con la mirada dirigida al frente, coincidiendo con el despacho de su jefe.

El ambiente se había helado en tan sólo unos segundos, pero de su interior salía una llama ardiente fruto de las más salvajes pasiones. En ese momento en que tanto lo odiaba, se preguntó si había enloquecido de amor por él. ¿Despecho, amor u odio? ¿Qué más daba? Ahora sólo tenía ganas de gritar. No quiso confesarle a nadie que le ardía el corazón, pero su cara se desencajó y hablaba por si sola. Pilar, la compañera que se sentaba a su derecha, no tardó en darse cuenta de que algo había pasado, y se lo confirmó el aire helado y vacío que la siguió al pasar frente a ella.

Tuvo que seguir trabajando en silencio esa última hora, pero cada puntada que daban sus dedos contra el teclado del ordenador sonaron a un grito desolador y sin esperanza, de alguien que ama al que nunca corresponderá a su amor.

Este es otro de los textos que escribí hace un tiempo, en un arrebato de dolor profundo y en el que la inspiración me vino a visitar. Es otro de los que acabé escribiendo en el móvil y que hoy comparto nuevamente con quien lo quiera leer.